Los muertos del río Medellín


Este año, cada seis días, ha aparecido un cadáver en el río Medellín. Sus aguas, que recorren los municipios del Valle de Aburrá, han dejado en las orillas 48 cuerpos sin vida el año pasado y 20 en los primeros cuatro meses de 2012. Son brotes de lo que los estudiosos del crimen catalogan como una epidemia homicida.

El río ha estado marcado por la muerte desde finales del siglo XIX y comienzos del XX. En esa época los homosexuales y las prostitutas eran vistos como un factor de riesgo para el orden social. "Para mantener la ciudad libre de estas amenazas, agentes del orden llevaban prostitutas y homosexuales al puente de Guayaquil, que atraviesa el río Medellín, y los mataban con armas cortopunzantes", cuenta Germán Antía, epidemiólogo criminal y profesor de la Universidad de Medellín.

Más tarde, los castigados fueron los obreros de fábricas y talleres que cometían delitos contra "el honor sexual" al visitar los llamados "centros de perversión". Agentes en uniforme llegaban a los burdeles y cantinas para llevarse hombres que jamás se volvían a ver. "Era común hablar del ’paseo’, para referirse a la acción de desaparecer a un ciudadano", cuenta la filósofa Cruz Elena Espinal, profesora de la Universidad Eafit. Incluso, a mediados de siglo XX, la Policía hacía campañas contra los pervertidos morales, a fin de limpiar la ciudad de esta plaga, como decía en 1947 un periódico ya desaparecido.

La ’epidemia homicida’ se expandió en la época de la violencia y tuvo su peor crisis cuando llegó el narcotráfico. Entonces en el río Medellín empezaron a aparecer cuerpos desmembrados o amarrados de pies y manos, ahogados o asfixiados. Los mismos métodos que después usaron los paramilitares.

Pero, en teoría, todo eso ya pasó. Entonces, ¿cómo se explica ahora esta cantidad de muertos en el río? SEMANA consultó fallos judiciales y casos de los cadáveres encontrados en los últimos años. Una característica común de las víctimas es que pertenecen a estratos económicos bajos, son indigentes o consumidores de drogas. Que eso ocurra es aún más alarmante si se tiene en cuenta que el río en Medellín no es marginal: atraviesa toda la ciudad, desde los barrios ricos del sur hasta las comunas populares del norte. A lado y lado de su cauce están asentadas las más importantes empresas de la ciudad y el metro corre paralelo a él. Es, sin duda, el corazón del valle de Aburrá.

Pocas veces la Justicia logra encontrar a los homicidas porque las pruebas técnicas son insuficientes. Testimonios y hallazgos judiciales dan cuenta de que los posibles lugares desde donde los asesinos intentan desaparecer a sus víctimas se ubican hacia el norte de la ciudad, por el deprimido sector de Moravia y frente a la Universidad de Antioquia.

Lo más paradójico es que en Medellín hay 288 cámaras de seguridad para controlar el crimen en las calles. Ninguna apunta hacia el río, a pesar de que cada año se vierten allí casi 50 cadáveres y en la mayoría de los casos los homicidas logran consumar el crimen perfecto.

SEMANA revisó varios de los casos ocurridos en el último año y encontró que se trata de cuatro tipos.

1) pasión y sevicia
Cuando el cuerpo de Johana Muñoz apareció en el río Medellín el pasado 12 de enero, tenía 73 heridas de arma corto punzante. Había sido reportada como N.N., pero después se supo que tenía 22 años y había salido de su casa en Rionegro el 26 de diciembre de 2011. Iba bien vestida a visitar una amiga en Medellín. Su caso apenas está en investigación pero, según el análisis criminal, por la sevicia con que actuó el homicida, pudo tratarse de un asunto pasional. En similares circunstancias eran encontradas las prostitutas que agentes estatales arrojaban al río a comienzos del siglo XX. "Los métodos aplicados en ese entonces son idénticos a los que se conocen hoy como crímenes pasionales", explica el profesor Germán Antía.

2) La mal llamada limpieza social
Un buen número de los cuerpos hallados corresponden a personas de estratos muy bajos, habitantes de la calle o consumidores de drogas. El 6 de abril apareció el cadáver de John Echeverría con heridas de puñal. Se supo que era consumidor de sustancias y estuvo en rehabilitación dos meses. Tres días antes de su muerte había salido de su casa a visitar a su novia. Este caso se parece al de Edwin Ceballos, que a sus 28 años ya llevaba 12 consumiendo marihuana, era desplazado de la región de Bolívar y se ganaba la vida vendiendo artesanías. Y al de María Ofelia Herrera, habitante de la calle cuyo cadáver apareció con heridas de arma blanca en el cuello. Estos casos, en general, no tienen resonancia, como tampoco la tuvo el hallazgo de seis cadáveres de indigentes encontrados en septiembre de 2003 en el río Medellín.

3) Tiros de gracia: como si fuera de sicarios
Si algo caracterizaba a los sicarios contratados por la mafia era que sabían dónde dar el tiro para que su víctima no se salvara. El mejor sicario era el que sabía dónde apuntar. En cadáveres encontrados en el río Medellín hay evidencia de tiros de gracia disparados arriba de la nuca, de suerte que cayeran al río boca abajo. Así le pasó a Darwin Montoya, de 18 años, que trabajaba como vendedor ambulante, no tenía vicios, era testigo de Jehová y había terminado su bachillerato. La última vez que lo vieron fue el primero de mayo de 2011, cuando salió de su casa. Su familia lo encontró en la morgue.

O a Juan Guillermo Bravo, de 31 años, que trabajaba como vigilante de una reconocida empresa de seguridad. Salió a la terminal de buses a recoger a un pariente que llegaba, pero no alcanzó a verse con él. En el camino le dieron un disparo en la parte trasera del cráneo y lo arrojaron al río.

Richard Wills corrió una suerte muy parecida. Tenía 27 años y era cotero. Lo mataron cuando iba caminando por su barrio con unos familiares cerca del río Medellín. Unos hombres se acercaron, se lo llevaron a la orilla y le dispararon.

4) Muerte lenta: el estilo de la mafia
Para evitar dejar huellas en los cadáveres, la mafia sofisticó sus métodos. Dejaron de usar armas de fuego y optaron por muertes por asfixia. Todavía aparecen en el río cadáveres con estos signos, como le ocurrió a John Segura. Tenía 19 años y era de Cali. Un hombre que trabajaba extrayendo arena se encontró su cuerpo sobre una piedra. El cadáver tenía las manos atadas a la espalda con un lazo y no tenía heridas. Su familia no contaba con recursos para llevar el cuerpo hasta su ciudad.

El cadáver de otra persona de otra región, Jorge Álvarez, un empastador de muebles de 28 años que vivía en Soacha, Cundinamarca, apareció dentro de un costal a la orilla del río, debajo de un puente. Estaba atado de pies y manos y tenía una bolsa en la cabeza. Sobre el puente hallaron un taxi donde se encontraba otro cadáver con las mismas características.

Vía Prensarural.org

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