Renovó la profesión sin quitarse la chaqueta. Su trinchera es la curiosidad. El reportero dejó la Prensa para contar historias. En «Vida de un escritor» convierte su biografía en materia periodística. Otra vuelta de tuerca.
Gay Talese, de 80 años, resuelve la duda de manera inmediata, sin titubear. «Haga una pregunta cualquiera, creáme, no existe ninguna diferencia». Está sentado en una de las salas del Hotel Pierre, y de esta manera concisa y rápida resuelve una primera cuestión: «¿Cuál debe ser la primera pregunta que hay que hacer a un periodista que ha definido el periodismo literario?». Talese se ha quitado el sombrero. Lleva un traje a medida, chaleco y botones de color nácar. Es el dandy de la Prensa escrita, como su compañero Tom Wolfe. «¿Desde cuándo eres reportera?», interrumpe, porque el inconveniente de entrevistar a un periodista es que nunca deja de ser periodista, de tener curiosidad. Y una persona se convierte para él, enseguida, en materia de observación, en materia periodística. Él deja hablar, que es la técnica que aprendió de su madre cuando iban los clientes a su tienda. Su padre era un sastre italiano. Quizá, por eso, vista tan elegante y tenga tan poca prisa al hablar de su nuevo libro en España, «Vida de un escritor», que publica Alfaguara.
-¿Sabía que iba a terminar siendo reportero y escritor cuando le suspendían en el colegio en la clase de lengua?
-Eso fue cuando tenía 11, 12, 13 y 14 años. Había asignaturas en las que no era bueno: Matemáticas, Lengua, Geografía, Historia. No era terrible, pero tampoco lo suficientemente bueno. Pero, era bueno en una cosa para la que no había calificación, y eso era, curiosidad. Era muy curioso con todo. Me entraba curiosidad por la profesora, los estudiantes, la tiza, la pizarra, el borrador. Miraba por la ventana y veía cosas que me interesaban. Cuando tenía 16 años, mi padre, que era sastre, le hacía los trajes al director del periódico semanal de nuestro pueblo. Y le dijo: «Mi hijo es muy curioso». Y el editor le contestó: «Bueno, enséñeme lo que escribe». Entonces me puse a escribir sobre mis compañeros. Y conseguí que mi nombre apareciese en el periódico. A esa edad, mi gran logro no estaba en la escuela, sino en conseguir que me publicasen un artículo en el periódico semanal del pueblo.
– ¿Qué ocurrió después?
-Al graduarme, pensé: «¿Qué quiero ser?». Primero de todo, no podía ir a la universidad porque no tenía buenas calificaciones. Y lo único que podía hacer era ser reportero. Y, otra vez, gracias a un contacto de una doctora en mi ciudad de Nueva Jersey, también cliente de mi padre, me ayudó a ir a la Universidad de Alabama. Entonces, escribí en el periódico de la universidad. Cuando terminé, me fui a Nueva York. Y conseguí un trabajo, prácticamente como sirviente en el «The New York Times». Llevaba los cafés, los paquetes, hacía de todo. Y a la hora de comer escribía historias. Y conseguí que algunas las publicasen en el periódico. Y luego fui al Ejército. Cuando volví me dieron un trabajo como redactor de deportes, que desempeñé durante dos años. Allí, escribí historias personales. No quería redactar noticias. Quería escribir sobre la gente. E hice eso durante nueve años para «The New York Times».
-Y dimitió del que se considera el mejor periódico del mundo.
-Sí, pensé que necesitaba más tiempo. Quería dedicarme más a investigar y a documentarme, y el periódico no me dejaba mucho tiempo. Y también porque se trabajaba cinco días a la semana y había que estar en Nueva York, y no podía viajar para investigar excepto por la ciudad de Nueva York. Pensé que si no trabaja para nadie podría viajar. No quería escribir un artículo de mil palabras, sino uno de diez mil o más.
-¿Piensa que las nuevas tecnologías pueden contribuir o ayudar al periodismo que usted ayudó a crear?
-Creo que el periodismo atraviesa una terrible crisis. No solamente es el momento económico, sino la mentalidad de los periodistas. La tecnología les ha encarcelado. ¿Conoce la palabra «embedded» (empotrado) durante la guerra de Irak, cuando los periodistas iban con los militares? Ahora lo están con la tecnología y no van a ninguna parte. No tienen la libertad para explorar ahora porque la tecnología les ha metido en una cápsula. Sólo les motiva conseguir lo que quieren al apretar un botón. Cuando desean el nombre de alguien o información sobre una persona, aprietan una tecla. Y la información que consiguen es de gente como ellos. Los periodistas se pasan el día sentados frente a su ordenador personal. No corren, no andan, no buscan ninguna historia. Se sientan. No me extraña que haya gente tan gorda.
-¿Y la sociedad?
-La gente está todo el tiempo hablando por teléfono. Y sus ojos parecen caídos. Están siempre mirando a la Blackberry y apretando los botones y prestan poca atención a la información que es realmente importante. Cuando voy por la calle escucho las conversaciones, además de porque todos gritan y se les puede oír, y se llaman por teléfono para decir cosas como: «Ahora estoy en Park Avenue con la calle 38, y voy a cruzar la calle. Ahora estoy cruzando». Yo les diría: «¿Ah sí? ¿Eso es tan importante?». Dicen todo el tiempo esas tonterías.
-Antes era diferente…
-Recuerdo que cuando empecé a trabajar en «The New York Times», un viejo reportero me enseñó una buena lección: «Nunca utilices el teléfono. Ve a los sitios. Ve a ver a la gente, aunque requiera esfuerzo. Es más rápido por teléfono, pero no es lo mejor. Tienes que estar ahí». Y yo siempre he creído en eso. Cuando empecé, el teléfono era como ahora la nueva tecnología. Y no lo utilizo demasiado. Ni siquiera tengo móvil.
-¿Cómo se puede ser competitivo y crear buenas historias?
-Trabajo igual que hace sesenta años. Se hacen buenas historias utilizando más tiempo. Y ahora no existen buenas historias. Ni siquiera sabemos qué ocurre en el mundo. Son informes y declaraciones. Insisto, declaraciones. La gente importante hace declaraciones. Pero eso no significa que sea la verdad. Y la gente que las realiza no representa la historia entera, sino su punto de vista particular. Y no se puede hacer periodismo en Google o por e-mail, tenemos que estar ahí, en el sitio. Si no es así, el periodismo no va a ser esencial. Estará en las manos de todo el mundo, de cualquiera.
El mejor vestido de la clase
Su padre era sastre; su madre, dueña de una boutique en una época en la que las mujeres sólo se preocupaban de sus maridos e hijos. Gay Talese fue un mal estudiante pero, a cambio, era el que mejor iba vestido al colegio de su clase. De niño, llevaba los trajes que le diseñó su padre. Esta profesión se remontó en una familia a varias generaciones atrás. Hoy en día, Talese, que mira con desdén los pantalones vaqueros, lleva los trajes de la marca Christiani, que le confeccionan a medida sus primos de París. El padre de esta familia, Antonio Christiani, fue el mentor del padre de Gay. Un progenitor que siempre esperó que su hijo siguiera sus pasos.
El ejemplo del «caso Watergate»
Gay Talese denuncia que no hay reporteros como Bob Woodward y Carl Bernstein, los periodistas que destaparon el «caso Watergate», que ahora cumple 40 años, durante la presidencia de Nixon. Fue el 17 de junio de 1972. Talese dice que «la información que obtenemos ahora está controlada. Los periodistas deberían ser más activos. Y correr a lugares que no conocemos y hablar con gente que tampoco conocemos. Entender al otro lado. Quizá, hablar con los talibanes y los palestinos. O con la gente de Wall Street. El periodismo ya no expone nada. Antes se solía investigar, como hacían Woodward y Bernstein».
Vía La Razón.es
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