Por: Juan Fernando Pachón Botero
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@JuanFernandoPa5
Grandes tragedias han ocurrido en la historia. Siempre dolorosas, quedarán para la posteridad sobreviviendo a todas las épocas. No obstante es difícil encontrar una que genere tal magnetismo y hechizo como la ocurrida en aquella fría noche de abril donde las aguas del norte se tragaron al buque de vapor más célebre de todos los tiempos, convirtiéndolo en una leyenda imborrable.
1912, era el año en que se establecía la República China; el Tíbet se declaraba estado independiente; Dinamarca, Noruega y Suecia firmaban su neutralidad en caso de guerra; los hermanos Di Domenico estrenaban el cine en Colombia y el barco más grandioso jamás construido levaba anclas desde Southampton para encontrar su infausto destino en Terranova, perpetuándose como una de las mayores catástrofes marítimas en tiempos de paz.
Un halo de misterio cobija la historia de la embarcación. En 1898, catorce años antes de la tragedia, un escritor y oficial de la marina Estadounidense, Morgan Robertson, escribía una novela titulada “Futility” (Vanidad), la cual relataba la historia de un buque trasatlántico de un esplendor y pompa sin igual que se hundía en su viaje inaugural a causa de un choque contra un iceberg. Las características eran asombrosamente similares a las del Titanic, como el tamaño, la velocidad de navegación y el número de pasajeros y botes disponibles. Además coincidía en el apellido del capitán: “Smith”, el mes del desembarco: “abril”, el lugar de salida: “Southampton”, el lugar de destino: “Nueva York” y, con una diferencia de tan solo 320 Kilómetros, el lugar de la debacle: “Terranova”. Ah…Se me olvidaba…la nave se llamaba Titán. Hay quienes dicen que se trata de una obra premonitoria. Otros en cambio aducen que se trata de una serie de increíbles casualidades. Cualquiera sea el caso, no dejan de sorprender tales semejanzas.
La aventura soñada comienza
Todo empezó a gestarse en 1909 en los astilleros de Belfast (Irlanda del Norte), lugar donde se fabricó el afamado trasatlántico. Se dispusieron más de tres mil obreros bajo el mando del constructor y diseñador de barcos británico Thomas Andrews. La desgracia acompañó al navío desde su génesis. Ocho obreros fallecieron durante su construcción. El afán de la compañía marítima White Star Line de crear la gama de barcos más grandiosa jamás vista desembocó en la creación de tres hermanos colosales: El Olympic, El Titanic y El Britanic.
Casi dos años después, luego de una prolongada huelga del carbón que amenazaba la partida del nuevo buque, al fin se consolidaba un sueño. El 10 de abril de 1912 miles de personas se abarrotaban en el puerto de Southampton (Inglaterra) para despedir al bautizado por la prensa: “barco insumergible”. Nadie se imaginaba entonces que esta sería la primera y última vez que podrían contemplarlo altivo sobre las aguas. El prestigioso capitán Edward Smith será el encargado de guiar casi 3.000 almas a través del atlántico norte. Allí convergían tres mundos tan distantes como heterogéneos. La primera categoría estaba conformada por las personas más ricas e influyentes de la época. Algunas partieron de Inglaterra y otras tantas fueron recogidas en Cherburgo (Francia). La segunda categoría estaba constituida por la clase emergente. La tercera categoría correspondía casi en su totalidad a inmigrantes (el tráfico de esta colectividad era el sustento básico y razón de ser de estos trasatlánticos) en busca del sueño americano. Fue recogida en su gran mayoría en Queenstown (actual Cobh) en Irlanda.
La nefasta noche de abril
El viaje era solo júbilo y gala. Todo el mundo se encontraba alborozado y no había espacio para la amargura. Era un microcosmos de la época disfrutando de las maravillas que brindaba aquel palacio flotante. Era el símbolo de la riqueza, confort y encanto. El mar se encontraba extrañamente dócil. El cielo estaba tan despejado que invitaba al regocijo. La perfección del momento invitaba al amor, a la vida, a la gloria. Se acercaba la media noche del 14 de abril cuando el idilio con la fortuna se rompió abruptamente de un solo golpe. Uno de los vigías asignados, el cabo Frederick Fleet, gritaba desgarrado: “¡Iceberg al frente!”. Ya era demasiado tarde (El joven vigía fue uno de los pocos sobrevivientes. Nunca pudo superar el desafortunado episodio. En 1965 se suicidaría luego de que su mujer muriera). Solo 500 metros separaban al gigante de su trágico fin. “El insumergible” acudía a su cita con el destino. Un monstruo blanco de 30 metros de altura hería de muerte al coloso, ahogando los sueños de aquella gente tan feliz.
Aún los pasajeros ignoraban su aciaga suerte. El golpe fue sutil pero certero. Dadas las circunstancias, el capitán y los oficiales de mando ordenaban la evacuación del barco. Algunos se negaron, pues consideraban que era más seguro estar allí arriba “en el barco que no se podía hundir” que ser lanzados en esos pequeños botes a las gélidas aguas del mar, como lo expresaba con resolución férrea el magnate John Jacob Astor IV, descendiente de la primera familia rica de EEUU. Luego moriría, robusteciendo el penoso listado de 1.512 víctimas fatales. Incluso hubo quienes prefirieron seguir durmiendo plácidamente en sus camarotes. Otros en cambio jugaban con las bolas de nieve que cayeron en la cubierta, producto del impacto contra el iceberg. Solo cuando la proa (parte delantera del barco) comenzó a hundirse tímidamente se dieron cuenta de la gravedad del asunto. Ya el terror se apoderó de la nave. El pánico se respiraba en cada rincón. Escenas dantescas se dibujaban en cada esquina. Lo que empezó como la fantasía realizada de un selecto club, terminó en una noche infausta y gris. Mientras tanto, el capitán ordenaba a su radiotelegrafista que estrenase la nueva señal de auxilio implementada recientemente en la conferencia internacional de Berlín en 1906, que luego tomaría fuerza con el tiempo: “SOS” (save our souls –salven nuestras almas-)
Ya estaba todo sentenciado. El ángulo de hundimiento era cada vez mayor (se hundía por la proa). El agua corría rebelde por los compartimientos herméticos que parecían inexpugnables. El primer oficial William Murdoch, siempre estoico, con su voz de mando inquebrantable a pesar de las duras circunstancias dejaba escapar de sus entrañas aquella célebre orden de mando marítima: “mujeres y niños primero, y si hay algún espacio vacío, los hombres pueden llenarlos” (esta fue una de las principales razones, por la cual la mayoría de víctimas fueron hombres). Los botes, insuficientes, se arrojaban al mar para ser abordados por unos cuantos bienaventurados. A la par, una procesión atropellada de rostros desposeídos buscaba explicación a su desgracia. La primera y segunda clase tenían prioridad, pero lamentablemente la tercera era víctima de la absurda burocracia y elitismo, ya que no recibía la ayuda necesaria por parte de la tripulación. Aunque nadie lo diga explícitamente, los más ricos y poderosos fueron considerados más útiles para la sociedad que los humildes inmigrantes. Aproximadamente el 75 % de esta comunidad halló la muerte de manera terrible, muchos de ellos encerrados bajo cubierta y otros tantos, perdidos en los laberintos de pasillos y escaleras que conducían a las cubiertas superiores donde estaban dispuestos los botes de salvamento.
….Y el mar se lo robó a la historia….
Transcurridas poco más de dos horas de agonía, el navío sucumbía inexorablemente. El peso del agua inclinaba el barco cada vez más hacia su posición vertical. Los últimos botes eran echados al mar. Los pasajeros, ya en estado de shock, corrían enajenados en busca de su propia salvación y la de los suyos. Los oficiales de mando, por orden del capitán Smith, estaban prestos a disparar si la situación se hacía insostenible. En el horizonte se observaba un desfile de botes que se alejaban lentamente. Entre tanto, las miradas absortas de sus afortunados ocupantes observaban el paisaje del horror. El reloj marcaba las 2: 20 a.m. Entonces sucedió lo inimaginable. “La joya de la corona”, “el barco más lujoso jamás construido”, el gigante de los mares”, “el insumergible”, se rendía mansamente ante el poderío del mar, desvaneciéndose en la oscuridad para nunca más volver a navegar. Los que estaban aún en el barco se precipitaron junto a él hacia el fondo del océano. Muchos murieron ahogados. Otros escaparon de las garras de la muerte momentáneamente. Aunque simplemente era prolongar la agonía y el horror, pues dadas las bajas temperaturas del agua (1 grado bajo cero), solo bastaban veinte minutos para que se escapara el último soplo de vida de cualquiera de aquellos náufragos, debido a los crueles efectos producidos por la hipotermia.
Héroes anónimos en alta mar
Fueron momentos de intenso pánico donde cualquier mortal hubiera perdido el juicio y la cordura. Sin embargo vale destacar a aquellos héroes anónimos que gracias a su valor y firmeza contribuyeron a engrandecer el mito, forjando una de las páginas más fascinantes de todos los tiempos:
• La esposa del multimillonario Isador Strauss recibía la invitación a abordar uno de los botes, pero al ver la negativa de su amado para acompañarla, se negó rotundamente y con una dulce voz replicó: "Hemos estado juntos durante muchos años. Dónde tu vayas, yo voy". Ambos murieron. Me gustaría pensar que un abrazo eterno sellaría su postrera demostración de amor.
• Benjamin Guggenheim, empresario estadounidense, se encontraba con su amante cuando una voz de alerta irrumpió súbitamente en su camarote conminándoles a salir de ese lugar. En primera instancia ambos le restaron importancia a la situación, pero con el transcurrir de los minutos se dieron cuenta de la imperiosa necesidad de retirarse. La mujer fue instalada en uno de los botes que se prestaba a zarpar, no sin antes cruzar una última y resignada mirada con su amado que aceptaba su trágico destino. Unos minutos después, ante el inminente desenlace, Guggenheim se dirige a su dormitorio, se cambia su chaleco salvavidas por un frac, sube a la cubierta y exclama casi poéticamente: “ya que voy a morir, quiero hacerlo como un caballero”. Luego añade de manera lapidaria: “Ninguna mujer quedará a bordo de este barco porque Ben Guggenheim se haya acobardado”. La sociedad norteamericana le perdonaría su desliz en altamar, porque ante todo murió como un valiente.
• Violeta Jessop, camarera de origen argentino corrió una suerte diferente. Fue una de las 705 sobrevivientes. Perduró a los tres accidentes de los barcos hermanos. En 1911 fue contratada por la White Star Line para que oficiara como camarera en El Olympic, el primero de esta línea de trasatlánticos. En uno de sus viajes el buque colisionó contra el crucero británico HMS Hauke. Afortunadamente para ella y para el resto de pasajeros no hubo víctimas fatales. Un año después la fortuna le sonreía nuevamente, esta vez a bordo del Titanic. Luego en 1916 durante la primera guerra mundial, prestó sus servicios en el Britanic. El navío chocó contra una mina alemana cuando navegaba por las cálidas aguas del mar Egeo. Sus ojos no daban crédito a aquella escena recurrente en su vida: “un barco siendo devorado sin piedad por el océano”. Nuevamente vivió para contarlo. Era como si el destino jugueteara a placer con su existencia.
• El abogado mexicano Manuel Uruchurtu Ramírez se disponía a partir en uno de los botes, cuando una mujer llamada Elizabeth Ramell irrumpía en la escena y en medio de súplicas y sollozos imploraba que le dejaran subir, arguyendo que su esposo e hijo la esperaban en Nueva York. Uruchurtu al observar la negativa de los oficiales se conmovió y le cedió el puesto a la dama, a sabiendas de que difícilmente habría otra oportunidad para salvarse. Luego se descubrió que la dama mintió descaradamente. (Como dato anecdótico vale destacar que inicialmente Uruchurtu tenía planeado hacer la misma travesía, pero en el buque París. A último momento decidió intercambiar boletos con el diputado Guillermo Obregón que hubiera ocupado su lugar en El Titanic)
• El capitán Smith al percatarse de lo apremiante de la situación y luego de haber colaborado valientemente en la evacuación de varios pasajeros, se dirige hacia su cabina de mando a esperar, sereno, su propia muerte; emulando los pasos de un condenado hacia el cadalso. Algunos afirman que se suicidó dándose un tiro de gracia, como negándole la victoria a ese mar inclemente que supo doblegarlo. (Es importante destacar que este sería su último viaje triunfal antes del retiro)
• Mención aparte merecen los músicos de la embarcación. Según múltiples testigos, mientras el barco se hundía ineludiblemente, la mítica orquesta Wallace Hartley Band tocaba alegres notas en el salón de primera clase y posteriormente en la popa (parte trasera del barco) para tranquilizar a los despavoridos pasajeros. No cesaron un solo minuto y permanecieron siempre impávidos e imperturbables a pesar del pandemónium reinante. La leyenda dice que la última canción que tocaron fue: “Mas Cerca, Oh Dios de ti”. Siempre serán recordados como los valientes que hicieron menos dolorosa la tragedia. De los ocho integrantes solo se pudo recuperar e identificar el cuerpo de uno de ellos. Era el de Wallace Hartley, su director. Miles de personas acudieron a su funeral. Sin embargo, de manera indignante, la compañía naviera que lo contrató le pasó la factura a su familia por el coste de la pérdida de los uniformes de la banda.
Cosas del destino
El Titanic es sinónimo de opulencia y lujo, pero también de infortunio y desgracia. Solo escuchar su nombre inspira respeto, evoca tristeza, genera sentimientos de asombro y grandeza. No obstante los hechos señalan que ha sido el castigo a la arrogancia y vanidad. También puede ser observado como una cadena de errores humanos y desafortunados designios del azar. ¿Qué hubiera pasado si el destino no se hubiera ensañado contra el barco?
-Si los vigías hubieran tenido prismáticos, quizás hubieran visto mucho antes el iceberg y de esta manera lo hubieran evitado (300 metros de diferencia hubieran sido suficientes). Se sabe por investigaciones posteriores que el alto oficial David Blair fue relevado a última hora del viaje, dejando bajo llave los prismáticos y llevándose las llaves consigo. Es increíble que un hecho tan simple hubiera alterado el curso de la historia.
-Si Bruce Ismay (fue uno de los primeros en evacuar el barco. La prensa mundial lo catalogó como un gran cobarde. Nunca pudo superar este episodio y fue condenado al ostracismo), presidente de la compañía White Star Line no hubiera instigado al capitán Smith para que aumentara la velocidad del barco en estas peligrosas aguas, quizás hubieran tenido más tiempo de maniobra al visualizar el iceberg. Algunos sobrevivientes afirmaron haber escuchado una conversación entre Smith e Ismay, en la que éste instaba al capitán a mejorar el récord del buque hermano Olympic (correspondiente a la travesía entre Southampton y Nueva York) con el único propósito de impresionar a la prensa mundial.
-Si el radioperador del Titanic, Jack Phillips, no hubiera ignorado las múltiples señales de advertencia de los barcos vecinos, tal vez hubiera podido ser consciente del peligro al que estaba sometida la embarcación y se lo hubiera comunicado a su capitán. Incluso se sabe por informes posteriores, que el radioperador del trasatlántico SS Californian (buque más cercano al Titanic en el momento del impacto, a las 11:00 p.m aproximadamente) le alertaba insistentemente a Phillips acerca de grandes témpanos de hielo en la zona, a lo que éste respondió irritado, debido al fuerte ruido provocado en sus oídos: “¡Fuera! ¡Cállate! Estás estropeando mi señal” El radioperador del SS Californian luego de haber intentado infructuosamente persuadir a su homólogo durante media hora más, se rindió y ofendido apagó su radio y se fue a dormir.
-Si la embarcación hubiera tenido una cantidad suficiente de botes y la tripulación hubiera estado mejor entrenada en caso de emergencias similares, muy probablemente, y a pesar de la eventual colisión, se hubieran salvado casi la totalidad de la tripulación y los pasajeros del navío. Según la normatividad de la época, la cantidad de botes asignados a un barco dependía de su peso en toneladas y no del número de pasajeros, razón por la cual El Titanic solo disponía de 1.178 plazas en sus 20 botes para un total de 2.932 ocupantes. Además, debido a la falta de preparación de su personal solo pudieron ocupar los botes parcialmente. En consecuencia, únicamente se salvaron 705 personas (solo el 25 % de los ocupantes).
-Si el SS Californian hubiera acudido en la ayuda del Titanic, la totalidad de sus ocupantes se hubiera salvado, ya que éste se encontraba a tan solo 16 Km del lugar de los hechos. Como se relató anteriormente, después del incidente entre los radioperadores de ambas embarcaciones, el encargado del SS Californian apagó el radio. Por tal razón cuando Phillips enviaba señales desesperadas de auxilio al barco vecino (incluso se lograba divisar a simple vista) no encontraba respuesta alguna. Simultáneamente el capitán Smith ordenaba lanzar bengalas, pero solo tenía blancas. Nunca fueron socorridos. En el juicio posterior a la tragedia, Stanley Lord, capitán del SS Californian, argumentó que en casos de urgencia se deben enviar bengalas de color rojo y por tal motivo no le prestó atención a las lanzadas por El Titanic.
-Aunque suene descabellado, si el vigía se hubiera tardado 5 segundos más en avistar el iceberg, es muy probable que el barco no se hubiera hundido, o en el peor de los casos el tiempo de hundimiento hubiera sobrepasado las cuatro horas, tiempo suficiente para que El Carpathia (primer buque que llegó al rescate) llegara a salvar a la totalidad de los ocupantes de la desafortunada embarcación. Lo anterior se explica ya que el barco no hubiera tenido tiempo de virar, chocándose frontalmente contra el iceberg impactando por la proa, de tal forma que se hubieran inundado a lo sumo tres compartimientos (el navío estaba diseñado para mantener la flotabilidad incluso si se inundaban cuatro compartimientos) y no cinco como efectivamente ocurrió. Todo esto debido a que el impacto fue por el lado de estribor (lado derecho de un barco) ocasionando múltiples grietas en los primeros cinco compartimientos del navío. Algunas teorías indican que el trasatlántico al momento del impacto encalló contra la gran masa de hielo, por lo que las corrientes de agua ingresaron también por debajo, acelerando el hundimiento. En otro sentido, estudios posteriores llegaron a la reveladora conclusión de que el acero del casco (estructura interna de un barco) del Titanic era casi tan frágil como el cristal, razón por la cual el navío se agrietó tan fácilmente luego del impacto contra el iceberg.
-Si en aquella fatídica noche la luna hubiera salido y el mar no estuviera tan calmo, quizás los vigías hubieran divisado el gran témpano de hielo evitándolo oportunamente. Esto tiene explicación debido a que la ausencia de luz lunar hace que el contraste entre el blanco del hielo y el negro de la noche sea imperceptible a gran distancia. Por otra parte, si el mar hubiera presentado mayor actividad, las olas resultantes hubieran chocado contra la base del iceberg formando una gran masa de agua que también se hubiera divisado a una distancia considerable.
Muere el barco….Nace el mito
Después de jugar a los dados en el críptico mundo de las ucronías, solo resta sobrecogerse con la épica historia del naufragio que conmocionó al mundo de su época; revolucionó la forma de surcar los océanos mediante nuevas y más seguras regulaciones marítimas; señaló las pautas del periodismo moderno en cuanto a la forma de dar una noticia de manera rápida, oportuna y veraz (lo que hoy se llama globalización) e inspiró infinidad de libros, películas, series y documentales.
En el imaginario popular se tejen infinidad de relatos en torno a la tragedia. Algunos guardan fidelidad a los hechos. Otros solo buscan alimentar la fantasía. Algunos testigos afirmaron que cuando la esposa de uno de los pasajeros le preguntó a unos de los miembros de la tripulación sobre la seguridad del barco, éste le respondió de manera soberbia:”Ni Dios lo podría hundir”. Esta famosa sentencia ha hecho carrera en la literatura imprimiéndole un carácter pseudoreligioso a la historia. En cualquier caso, solo aquellos que sucumbieron ante el implacable mar de aquella helada noche son los dueños y guardianes de la última verdad.
Cien años después, el buque crucero MS Balmoral cargado de varios descendientes de víctimas y supervivientes de la tragedia, planea recrear el trayecto e itinerario del Titanic desde Southampton hasta Nueva York ¡Espero que esta vez sí logre llegar a buen puerto! Y ojalá cuando lleguen a Terranova en las costas de Canadá (lugar del hundimiento) brindaran con una copa del mejor champagne por aquel gran buque de vapor que yace a 4.000 metros de profundidad bajo el mar que se lo robó a la historia.
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